jueves, 22 de diciembre de 2011

Poemas para Navidad: Recitamos

 FEDERICO GARCÍA LORCA

EL LAGARTO Y LA LAGARTA .    RECITA NOEL

El lagarto está llorando.

La lagarta está llorando.

El lagarto y la lagarta

con delantalitos blancos.

Han perdido sin querer

su anillo de desposados.

¡Ay, su anillito de plomo,

ay, su anillito plomado!

Un cielo grande y sin gente

monta en su globo a los pájaros.

El sol, capitán redondo,

lleva un chaleco de raso.

¡Miradlos qué viejos son!

¡Qué viejos son los lagartos!

¡Ay cómo lloran y lloran, ¡ay!,

¡ ay!, cómo están llorando!



EN LA MAÑANA VERDE.    RECITA:  PAULA MARTÍNEZ.

En la mañana verde,
quería ser corazón.
Corazón.
Y en la tarde madura
quería ser ruiseñor.
Ruiseñor.

Alma,
ponte color de naranja.
Alma,
ponte color de amor

En la mañana viva,
yo quería ser yo.
Corazón.

Y en la tarde caída
quería ser mi voz.
Ruiseñor.

¡Alma,
ponte color naranja!
¡Alma,
ponte color de amor!



MÁS RIMAS DE GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER

RECITA :   ARI
Sobre la falda tenía            


el libro abierto;
en mi mejilla tocaban
sus rizos negros.
No veíamos las letras
ninguno creo;
mas guardábamos ambos
hondo silencio.
¿Cuánto duró? Ni aun entonces
pude saberlo.
Sólo sé que no se oía
más que el aliento,
que apresurado escapaba
del labio seco.
Sólo sé que nos volvimos
los dos a un tiempo,
y nuestros ojos se hallaron
y sonó un beso.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Creación de Dante era el libro,
era su Infierno.
Cuando a él bajamos los ojos,
yo dije trémulo:
—¿Comprendes ya que un poema
cabe en un verso?
Y ella respondió encendida:
—¡Ya lo comprendo!


Tú eras el huracán y yo la alta    RECITA:  FRANCISCO


torre que desafía su poder:
¡tenías que estrellarte o que abatirme!...
¡No pudo ser!
Tú eras el océano y yo la enhiesta
roca que firme aguarda su vaivén:
¡tenías que romperte o que arrancarme!...
¡No pudo ser!
Hermosa tú, yo altivo: acostumbrados
uno a arrollar, el otro a no ceder;
la senda estrecha, inevitable el choque...
¡No pudo ser!



Porque son, niña, tus ojos
verdes como el mar, te quejas;
verdes los tienen las náyades,
verdes los tuvo Minerva,
y verdes son las pupilas
de las hurís del Profeta.
El verde es gala y ornato
del bosque en la primavera.
Entre sus siete colores
brillante el Iris lo ostenta.
Las esmeraldas son verdes,
verde el color del que espera,
y las ondas del océano,
y el laurel de los poetas.


Es tu mejilla temprana
rosa de escarcha cubierta,
en que el carmín de los pétalos
se ve a través de las perlas.
              Y sin embargo,
              sé que te quejas,
              porque tus ojos
              crees que la afean.
              Pues no lo creas.
Que parecen sus pupilas
húmedas, verdes e inquietas,
tempranas hojas de almendro
que al soplo del aire tiemblan.


Es tu boca de rubíes
purpúrea granada abierta,
que en el estío convida
a apagar la sed en ella.
              Y sin embargo,
              sé que te quejas
              porque tus ojos
              crees que la afean.
              Pues no lo creas.
Que parecen, si enojada
tus pupilas centellean,
las olas del mar que rompen
en las cantábricas peñas.


Es tu frente que corona
crespo el oro en ancha trenza,
nevada cumbre en que el día
su postrera luz refleja.
              Y sin embargo,
              sé que te quejas
              porque tus ojos
              crees que la afean.
              Pues no lo creas.
Que entre las rubias pestañas,
junto a las sienes, semejan
broches de esmeralda y oro
que un blanco armiño sujetan.
Porque son, niña, tus ojos
verdes como el mar, te quejas;
quizás si negros o azules
se tornasen, lo sintieras.



ROMANCE DEL DUERO, DE GERARDO DIEGO
Río Duero, río Duero,
nadie a acompañarte baja,
nadie se detiene a oír
tu eterna estrofa de agua.

Indiferente o cobarde
la ciudad vuelve la espalda.
No quiere ver en tu espejo
su muralla desdentada.
, viejo Duero, sonríes
entre tus barbas de plata,
moliendo con tus romances
las cosechas mal logradas.
Y entre los santos de piedra
y los álamos de magia
pasas llevando en tus ondas
palabras de amor, palabras.
Quien pudiera como,
a la vez quieto y en marcha,
cantar siempre el mismo verso
pero con distinta agua.
Río Duero, río Duero,
nadie a estar contigo baja,
ya nadie quiere atender
tu eterna estrofa olvidada,
sino los enamorados
que preguntan por sus almas
y siembran en tus espumas
palabras de amor, palabras.



Otra versión en vídeo

TRES  POEMAS DE  ANTONIO MACHADO
HASTÍO    RECITA: ALBA


Pasan las horas de hastío
por la estancia familiar
el amplio cuarto sombrío
donde yo empecé a soñar.
Del reloj arrinconado,
que en la penumbra clarea,
el tictac acompasado
odiosamente golpea.
Dice la monotonía
del agua clara al caer:
un día es como otro día;
hoy es lo mismo que ayer.
Cae la tarde. El viento agita
el parque mustio y dorado...
¡Qué largamente ha llorado
toda la fronda marchita!


SOÑÉ QUE TÚ ME LLEVABAS,   recita:  ROBERTO



Soñé que tú me llevabas
por una blanca vereda,
en medio del campo verde,
hacia el azul de las sierras,
hacia los montes azules,
una mañana serena.
  Sentí tu mano en la mía,
tu mano de compañera,
tu voz de niña en mi oído
como una campana nueva,
como una campana virgen
de un alba de primavera.
¡Eran tu voz y tu mano,
en sueños, tan verdaderas!...
Vive, esperanza, ¡quién sabe
lo que se traga la tierra!.



A UN OLMO SECO




POEMAS  DE JUAN RAMÓN JIMÉNEZ

El viaje definitivo,    recita: Olayo


Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros
cantando;
y se quedará mi huerto, con su verde árbol,
y con su pozo blanco.
     
Todas la tardes, el cielo será azul y plácido;
y tocarán, como esta tarde están tocando,      
las campanas del campanario.

Se morirán aquellos que me amaron;
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado,
mi espíritu errará, nostálgico…
     
Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido…
Y se quedarán los pájaros cantando.





Llueve sobre el campo verde,  recita: Andrea



Llueve sobre el campo verde...
¡Qué paz! El agua se abre
y la hierba de noviembre
es de pálidos diamantes.

Se apaga el sol; de la choza
de la huerta se ve el valle
más verde, más oloroso,
más idílico que antes.

Llueve; los álamos blancos
se ennegrecen; los pinares
se alejan; todo está gris
melancólico y fragante.

Y en el ocaso doliente
surgen vagas claridades
malvas, rosas, amarillas,
de sedas y de cristales...

¡Oh la lluvia sobre el campo
verde! ¡Qué paz! En el aire
vienen aromas mojados
de violetas otoñales.

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